domingo, 26 de diciembre de 2010

Quién imita a quién

Recientemente he estado esquiando, con una excursión organizada por universitarios, en los Alpes. Y como cada vez que me junto con gente nueva en la nieve, acabo contando la historia del día que mi cerebro se reinició mientras esquiaba.
Es una historia que he contado tantas veces, que he decidido ponerla por escrito, porque ya empiezo a dudar de si el 100% es verídica o hay partes que empiezo a inventarme o exagerar :-)
La versión que aquí os voy a contar hoy, es la “director's cut”, con flashbacks nuevos y reflexiones inéditas.
He intentado seguir el principio de Emilio Pascual: yo no tengo tiempo de escribir, tú no tienes tiempo de leer; pero sin mucho éxito, como siempre :-)
Os voy a contar brevemente la historia, y luego la interpretación de lo que pasó, con un conclusión que no os dejará indiferente:

Estaba yo un día esquiando en Astún, cuando derrepente me siento desorientado, no sé muy bien donde estoy, llego abajo de la estación y veo a mi hermano y unos amigos haciéndome aspavientos y llamándome.
-¿donde andas? Llevamos aquí un ra... ¿que te ha pasado?
-¿qué? ¿a qué te refieres?
-Tienes la cara llena de heridas con sangre
-¿eh? Hostia, es verdad -me digo mientras me palpo la cara

Me había dado un buen golpe, porque tenía parte de la cara herida, quemada, el típico rasponazo contra hielo duro. Incluso en la zona que debería proteger las gafas de ventisca (por entonces iba sin casco). Pero lo peor, es que no recordaba nada. Nadie lo había visto porque yo iba el último.
Intentamos interpretar qué había pasado, donde había sido el golpe, y, bueno, más o menos recompusimos el accidente con los pocos datos que teníamos.
El caso es que tres minutos después, me toco la cara, me noto algo de sangre, y pregunto:
-hostia, ¿qué me ha pasado? Tengo heridas en la cara
-Mis amigos se miran entre sí, uy-uy-uyiando, y dicen:
-¿no te acuerdas de nada?
-No. ¿como ha sido?
-Pues no lo sabemos. Ibas el último, te has debido caer, has tardado mucho en bajar, cuando has llegado lo hemos hablado y, bueno, parecía que te había quedado claro ¿es que no lo recuerdas?
-Pues no. No recuerdo nada.
-Bueno, pues eso ha sido, no lo olvides. No vuelvas a preguntarlo.

Cinco minutos después, de camino a la cafetería (ya había acabado la jornada de esquí), pregunto:
-Andá, tengo heridas en la cara, ¿qué me ha pasado? Estoy desorientado y un poco aturdido.
Así que giraron 90º y en lugar de ir a la cafetería fuimos directos a la enfermería.
Allí más de lo mismo. La enfermera me hacía algunas preguntas que podía responder y otras que no. Por ejemplo, no sabía en qué mes estábamos, pero sabía que era invierno porque estábamos esquiando. Sabía que vivía en Madrid, pero no recordaba la dirección.
Entonces llegó mi por entonces novia, y la reconocí, y sabía que era mi novia, pero no recordaba su nombre. No recordaba el nombre de la estación de esquí.
Y así muchas cosas. Podía recordar o reconocer las cosas más generales, pero no los detalles.
La enfermera explicó que seguramente no era más que una contusión craneal como otras tantas que se producen a diario en la estación.
-Si esta conducta continúa mucho en el tiempo, o empieza a convulsionar, lo lleváis al hospital de Jaca- dijo la enfermera.

Así que nos fuimos a nuestra casa de Jaca, y por el camino repetí como unas siete veces lo de “¿qué me ha pasado? ¿donde ha sido? ¿y como ha sido?”. Llegamos a casa, y seguimos igual. Mi novia, hermano y amigos, hartos de repetirme la misma historia, me escribieron tres folios, con las tres respuestas a mis tres eternas preguntas.
Parecía que no mejoraba, y cuando entró en el salón un amigo, de los que llevaba horas conmigo, y le saludé como si hiciese semanas que no le veía, todos se mosquearon. Pensaron que esto iba a peor, y decidieron llevarme al hospital de Jaca.
Desde que llegué abajo de la estación hasta este momento, sólo recuerdo algunos flashbacks. Por ejemplo, recuerdo en el coche, bajando hacia Jaca, que había atasco. Y recuerdo preguntar qué me había pasado y todos romper a reir. Recuerdo que a mi no me hizo gracia.
Y no recuerdo más hasta que en casa saludé a este amigo que llevaba horas (días incluso) conmigo.
Recuerdo que me dieron un lápiz y papel y me puse a escribir en runas. Es algo que sé desde 2º de BUP, pero mis amigos no lo sabían, y pensaban que del golpe había perdido la capacidad de escribir como dios manda y sólo escribía tonterías.
Recuerdo tener un momento de lucidez, en el que entendí lo que estaba pasando, pero no me asusté.
En cambio, mi novia empezó a preocuparse demasiado y me llevaron al hospital.

Ya no recuerdo más hasta horas después. Iba en una ambulancia de camino a Zaragoza, y hablé con mi jefe por teléfono. Le dije que no se preocupase, que recordaba todos los passwords a pesar del golpe. Creo recordar que le mentí; intenté repasar los passwords del curro, y alguno no me venía, me costaba mucho recordar...
Lo siguiente que recuerdo es metiéndome en una de esas máquinas que te hacen un TAC. Recuerdo pensar “qué guay, parece que me van a hibernar”. Y ya, lo último que recuerdo antes de dormirme, fue a una doctora diciendo: “sí, sí, que se duerma no hay problema”. Al parecer habían evitado por todos los medios que me durmiera porque podía ser peor.
Me desperté al día siguiente, y desde entonces ya recuerdo todo y ya podía fijar los recuerdos.

Lo que había pasado según los médicos es que con el golpe, el cerebro había golpeado el hueso del cráneo, y esto suele provocar cuadros de amnesia temporal, desorientación, aturdimiento...
-          ¿Y por qué no recuerdo los minutos previos al accidente? Entiendo que el golpe me impida recordar el momento del golpe y todo lo posterior… ¿pero por qué no lo anterior?
-          Así funciona el cerebro - me dijeron.
Ya. No tienen ni idea. Os voy a contar yo lo que en realidad pasó dentro de mí.

En el momento en que empecé a esquiar, como cada vez que inicias una acción o deporte de riesgo, el cerebro dio la orden de activar la caché de escritura en memoria permanente. Esto es así, porque mientras haces algo de riesgo que puede poner mínimamente tu integridad física en peligro, el cerebro decide asignar todos los recursos posibles a la conservación de la integridad, y, guardar en memoria, es algo de lo que se puede prescindir. Así que escribe lo que vemos en caché de escritura que es mucho más rápido y consume menos recursos, y, cuando paramos un momento, persistirá lo sucedido en memoria permanente.
Pero muchos ya sabéis los riesgos de las cachés de escritura: una pérdida de corriente o reinicio instantáneo inesperado hará que se pierda lo que estaba en caché para siempre. Así que eso explica dos cosas:
  1. El porqué no recuerdo lo anterior al golpe (estaba en caché) y
  2. Como fue el golpe: fue repentino. El típico encontronazo en pistas con alguien a quien no habías visto o él no te había visto a ti.
Si hubiese visto venir el golpe con al menos un segundo o dos, el cerebro habría decidido persistir la caché para luego poder depurar responsabilidades.
Vale, se perdió lo anterior al golpe porque estaba en caché. ¿Y por qué esa incapacidad de fijar los recuerdos tras el golpe?
Muy sencillo. ¿Habéis probado a meterle un patadón a la CPU (a la torre) mientras renderiza una imagen/descarga un fichero del emule/hace un reemplazo masivo en un fichero/etc? Pues eso, que el fichero en el que trabajabais se va a perder con toda probabilidad, además de que el ordenador se reinicia y arranca en modo a prueba de fallos.
Y eso es justo lo que pasó. Mi cerebro se reinició tras el golpe de forma no esperada, no como cuando te duermes, que hace un apagado normal. Y al rearrancar, lo primero que hizo un fsck, o sea, un chequeo de que todo está en orden a pesar del brutal reinicio. Y luego arranca en modo a prueba de fallos para asegurarse que todo está bien.
Cuando el cerebro (sistema operativo) arranca en modo a prueba de fallos, no todas las funciones están disponibles. Digamos que el cerebro arranca con las funciones más “animales” como el instinto de supervivencia, el comer, respirar, en mi caso incluso esquiar, etc. Son funciones generalmente motrices y de supervivencia. Eso explica que sabía que era invierno, pero no sabía el mes, porque la función de calendario es algo totalmente inventado por el hombre hace nada. ¿Desde cuando el hombre corre para cazar o para huir? ¿Y desde cuando tenemos el calendario gregoriano? Pues eso, correr es una función que se podría decir que está en la BIOS, que es como nuestro cerebro animal, y recordar el mes o la dirección postal son funciones avanzadas prescindibles en caso de catástrofe.
El arranque en modo a prueba de fallos duró justo hasta que me dormí. Vaya, que casualidad, igual que en un sistema operativo. Hasta que no lo reinicias como dios manda, sigue en modo a prueba de fallos.
Durante esa sesión de modo a prueba de fallos, mi cerebro realizó un test de superficie, verificó que recuerdo todo lo más importante, encontró algunos ficheros perdidos que intentó darles sentido, pero lo único que consiguió es algunos flashbacks de milisegundos: creo recordar el recodo de la pista de Truchas donde fue exactamente el golpe, pero no sé porqué lo recuerdo; es un fichero de esos lost+found que se encuentran tras un fsck. Ahí están. Quizá algún día, mediante hipnosis o algo similar pueda analizarlos y extraer algún chunk de información adicional que me permita reconstruir mejor el accidente.

Mientras estaba en esta sesión no podía fijar los recuerdos, porque, una vez más, eso es un lujo que en ese momento no se podía permitir el cerebro. El escaneo de todos los recursos y el test de superficie eran en ese momento más importante, y como sabéis, son tareas que consumen muchos recursos. Podía hacer todas las funciones motrices y todo lo necesario para la supervivencia, pero por ejemplo, recuerdo que no sería capaz de conducir. Y estoy seguro de que podría haber llevado el coche por una pista desierta, pero no por una carretera, porque no habría sido capaz de interpretar las señales de tráfico o cualquier otro icono o indicación de invención humana reciente.

De lo que más recuerdo de esa sesión, son los momentos finales; mi último viaje en ambulancia (primero fui a Huesca, y luego de ahí a Zaragoza), el momento en que me metían en la máquina esa para hacerme el TAC, a la doctora que dijo que me podía dormir… esto es así porque mi autochequeo interno estaba terminando y dejaba algunos ciclos de reloj libre para tareas secundarias como pueda ser persistir en memoria.
Recuerdo también que intentar hacer memoria (como cuando hablé con mi jefe) me agotaba. Claro, acceder a disco mientras éste está siendo escaneado ralentiza y estresa al sistema.

Podría seguir con decenas de analogías, pero con estas es suficiente para arrojar mi conclusión. Sé qué muchos estáis pensando: “madre mía, hay que ver como hemos imitado al cerebro en nuestro continuo desarrollo de sistemas operativos”. Pero, ¿no será al revés?
“Qué tontería, los sistemas operativos llevan sólo unos años entre nosotros, y el cerebro millones de años”, diréis. Ya. Pues yo os digo que tanta coincidencia me resulta muy sospechosa. No creo que Bill Gates cuando empezó a diseñar MS-DOS o Windows, tuviese en mente imitar al cerebro. Pero lo hizo. Imaginad por un momento, que un personaje del SIMS 14.0, allá por el año dos mil tropecientos, que de profesión es programador informático, empieza a programar un sistema operativo… ¿Cómo creéis que lo haría? ¿No creéis que estaría condenado a imitar al sistema operativo sobre el que él mismo corre?

Pues eso es exactamente lo que sucede, nuestro cerebro imita a un sistema operativo, porque corremos bajo un sistema operativo: somos software, señoras y señores. Somos jodidos personajes de una especie de videojuego tipo SIMS, en su versión 42.0 (he usado el 42 deliberadamente para sacar una sonrisa a los más frikis, pero podía haber dicho la versión n, siendo n muy alto).

Tuve que sufrir ese accidente para recibir tal revelación, pero en realidad, da un poco igual. Da igual que nos haya creado un Dios o un grupo de programadores, seguimos sin despejar la duda de quien creó a nuestro creador.